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No estudies medicina porque sacas buenas notas

«¿Pero cómo vas a hacer biología con esas notazas que sacas? ¡Haz medicina!», decían sus familiares. Craso error.

Iago López Gálvez
Médico de Familia

Un año más tienen lugar las pruebas de la EBAU y un año más miles de estudiantes en toda España sufrirán la presión de ver cómo su futuro profesional y personal se dirime en un examen. La tremenda presión que soportan personas tan jóvenes en estas fechas daría para otro artículo aparte, pero hoy quiero hablaros de un fenómeno que creo que se exacerba de año en año: el acceso a medicina.

Una queja que he escuchado a compañeros que forman residentes es que un perfil que ven cada vez más reciente entre los recién llegados es el de un estudiante con gran rendimiento académico, cada año más excelente, y sin embargo más inepto en el trato personal y menos motivado en la vocación de servicio, lo cual rara vez se traduce en una mejor atención al paciente.

Independientemente de que estos testimonios no dejan de ser información anecdótica y por tanto podría ser una visión pesimista y subjetiva, lo cierto es que yo también tengo esa impresión y de entrada parece ser coherente con las notas de excelencia académica casi inalcanzable que actualmente se exigen para esta carrera y que si bien para una carrera estrictamente técnica como puede ser una ingeniería tal vez podría ser beneficiosa, me parece muy preocupante en el ejercicio de una profesión en la que el componente humano es tanto o más importante que el componente meramente técnico.

Este trabajo, salvo que te especialices en algo muy técnico y sectorial como ciertas especializaciones de la radiología, anatomía patológica o análisis clínicos (que sólo son una pequeña proporción de los médicos), implica unas habilidades muy diferentes de las que se exigen para la excelencia en los exámenes.

Entender los gestos de la persona que tienes delante en la consulta, entender los giros que da al lenguaje para expresarte sus síntomas, interpretar su interacción con su acompañante, analizar su comportamiento motor (si se rasca, si tiene estereotipias faciales) es absolutamente crítico y nada tiene que ver con sacar buenas notas o saberte el temario entero.

También tienes que entender el relato: en una persona que te cuenta la historia de su enfermedad a menudo la persona va a hacer hincapié en datos que cree relevantes pero que no son importantes para el diagnóstico que buscas, es fundamental tu habilidad para reconducir la conversación educadamente y obtener los datos críticos.

No sólo basta con eso: debes expresarse con nitidez: el paciente tiene que entender tu diagnóstico pero sobre todo tu paciente tiene que entender tu plan terapéutico y tiene que salir persuadido de su importancia o existe el riesgo de que ignore tus consejos y empeore (o fallezca).

Si te sabes el Harrison y el Guyton «de pe a pa» pero no manejas bien estas habilidades, vas a cometer muchísimos errores diagnósticos, y cuando aciertes, muchas veces no va a servir para nada porque el paciente no te va a hacer caso, ya sea porque no ha entendido el tratamiento o porque le has parecido un estirado, o ha resultado ofendido por una actitud impropia y en definitiva tu trabajo no ha servido.

Y debería haber mencionado algo importante con estas habilidades: DEBEN GUSTARTE LAS PERSONAS. Sólo si tienes un genuino interés en los pacientes y en su bienestar podrás ser un buen clínico, el Dr. House está bien para entretenerte en una serie, pero ese tío en la vida real sería un paquete. De hecho lo es en la serie (la mayoría de los casos se resolverían si hubiese hecho una praxis correcta. Los pacientes no mentirían si el ambiente fuese de confianza como debe ser en una relación médico paciente, en la cual el paciente puede exponer lo que piensa sin sentirse juzgado).

No todo acaba ahí, nuestro trabajo parece muy interesante en las series de televisión, pero no es como en las series: no tenemos escarceos amorosos entre atractivos facultativos durante las guardias. Si normalmente no tienes tiempo de ir al baño, menos vas a tener de andar tonteando por el hospital adelante.

Las broncas que pueden llegar a haber en una guardia mala son muy desagradables y nunca he visto ninguna que le haga justicia en una serie. Coser a borrachos apestando a alcohol traídos por la policía después de una pelea de bar mientras sus amigos aporrean la puerta de la sala de curas amenazándote puede parecer romántico, pero créeme, NO. Ir arrastrándote con náuseas al día siguiente de la guardia tampoco es agradable.

La conciliación de la vida familiar y profesional, sobre todo mientras haces guardias es francamente difícil o a veces imposible. Los trastornos del sueño que desarrollan muchos compañeros por no saber a qué hora se puede dormir hoy tampoco son para pasarlos por alto.

El entorno profesional y el estado actual de la relación médico-paciente no atraviesa sus mejores días, como puedes ver en la anterior entrada de este mismo blog (puedes encontrarla haciendo click aquí en esta misma frase).

Sí que es más conocida la relación que tenemos los médicos con «las guarradas», metiendo dedos e instrumental en orificios y manejando fluidos de todas esas cavidades con toda la gama posible de colores y olores, ahí sí que se parece más a las series de televisión.

Pero hay algo más duro, algo que no se suele mencionar casi nunca: Llegarás a la jubilación con gente que se ha muerto por tu culpa. Da igual lo bueno que seas, da igual que hayas logrado convertirte en el mirlo blanco que aúna la ciencia y el arte de la entrevista clínica: nunca serás perfecto.

Tampoco hay conductor que no haya pegado un toque a su coche si conduce unas pocas horas semanales; en medicina te pasas muchas más horas a la semana tomando decisiones relevantes, pero en vez de un raspazo en tu coche habrá una persona sentenciada por una decisión tuya.

No hablo de negligencias, eso sería peor aún. Pero aún con una praxis correcta, la incertidumbre de este trabajo lleva a decisiones aparentemente correctas pero que el tiempo demuestra que acabaron siendo erróneas, y esa persona con la que tratabas ya no está aquí. Y estaría si hubieses hecho «otra cosa».

Y te vas a la cama pensando en esa persona, planteándote si hiciste lo correcto, preguntándote ¿y si le hubiese hecho un electrocardiograma? ¿Y si le hubiese dado levofloxacino en vez de claritromicina? Y te cuestionas una y otra, y otra noche, si eres un buen médico o eres un fraude.

Sí, todo el mundo desde fuera lo ve claro: gracias a que has hecho medicina hay 300 personas vivas y hay otras 3 que han fallecido y que posiblemente habrían fallecido con otro médico también, pero la cabeciña es así, tu te vas a cama pensando en esas 3. ¿Te sientes preparado para ello?

Lo que quiero decir es que sólo si tienes muy claro que ésta es verdaderamente tu vocación deberías elegir este camino. He conocido a unos cuantos compañeros que si pudiesen volver atrás habrían hecho otra carrera, aunque por suerte no es mi caso, pero deberías tener todo esto en cuenta antes de entrar aquí.

Si eres estudiante y vas a elegir medicina, hazlo por las razones correctas. No entres porque puedes, sino porque quieres. Y si tienes un hijo o un sobrino que saca buenas notas, antes de inducirle a que escoja una profesión que cada año está en el top 3 de las profesiones con mayor índice de suicidios, dale libertad, es él que va a disfrutar o padecer durante décadas las consecuencias de esta decisión, no le fastidies la vida, si no quiere o no está seguro, no le empujes.

Créditos: Douglas Edric Stanley
CC BY-NC-SA 4.0

Y si a pesar de todo piensas que ésto es lo tuyo, entonces sí, lánzate a por la carrera, porque a quien le gusta, le apasiona. Tal vez este vídeo te puede mostrar habilidades que (en mi opinión) te convendría desarrollar:

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